sábado, 10 de noviembre de 2012

Hebreo 6:10
La Armadura de Dios.
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10 Por lo demás, hermanos míos,  fortaleceos en el señor, y en el poder de su fuerza.
11 Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo.
12 Porque no tenemos lucha contra sanga y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de este siglo contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.
13 Por tanto tomad toda la armadura de Dios para que podáis resistid en el día malo, y habiendo acabado todo estad firmes.
14 Estad, pues firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestíos con la coraza de justicia.
15 Y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz.
16 Sobre todo, tomad el escudo de la fe con que podáis apagar todos los dardos del fuego del maligno.
17 Y tomad el yelmo de la salvación y la espada del espíritu, que es  la palabra de Dios;
18 Orando en todo tiempo con toda oración y suplica en el espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y suplica por todos los santos;
19 Y por mi, a fin de que al abrir mi boca me sea dada palabra para dar a conocer con denuedo el ministerio del evangelio,
20 Por el cual soy embajador en cadenas: que con denuedo hable de el, como debe hablar



1 comentario:

  1. Para describir la vida cristiana en forma breve, clara y atractiva, Pablo imagina al cristiano como un guerrero bien armado, listo para resistir al enemigo y atacarle a la vez. La armadura de Dios de la que tiene que revestirse el cristiano está constituida por la verdad y la justicia -cinturón y coraza- que obran en su vida. Su objetivo, para el cual se ha calzado los pies no consiste sino en el anuncio del «evangelio de la paz» (v 15). Para esta empresa ha recibido la fe, como un escudo, que le defiende de «los encendidos dardos del maligno» (16), que podrían herir e incluso matar, su vida en la verdad y la rectitud; la salvación como yelmo para protegerlo, y la palabra de Dios como espada del Espíritu (17). ¡Realmente, visto con ojos humanos, es difícil imaginarnos un hombre más desarmado! Y ¡qué incomprensible es semejante combate, necesario y fatal, de la verdad y por la verdad, la justicia y la paz!

    La situación del cristiano podría calificarse de angustiosa. Se encuentra asediado por los cuatro costados por enemigos que no son «de carne y sangre» (12), y ha de hacer frente a «las insidias del diablo» (11) y a fuerzas imprecisas, extrañas y amenazadoras, «las soberanías, las autoridades, los dominadores de este mundo tenebroso, las fuerzas espirituales del mal» (12). En pocas palabras: el enemigo irreconciliable de la verdad, la justicia y la paz no es otro sino la mentira, la injusticia y la guerra, que reinan entre los hombres y los seducen. El cristiano no es, de ninguna manera, el hombre que se coloca al margen de este combate. Ni tampoco el hombre que vive únicamente en la verdad, en la justicia y en la paz. Más exactamente, el creyente es el hombre que no deja nunca de buscar y de hacer la verdad, la justicia y la paz. El combate tiene lugar en el interior de la vida del hombre y, a la vez, en la convivencia con los demás.

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